16/9/10

REFLEXIÓN DE PALACIO NO. 7



Por Nacho Vegas (Gurú musical de Enrique Bunbury)


Con todas esas páginas he construido
mi mansión en una zona popular de la ciudad,
de barriada y nada residencial…
El sistema me llegó a ofrecer —y era una ganga- conciencia y mano
de obra infantil,
claro, yo la rechacé…

No saben la de cosas que se escuchan cuando
uno lee y las paredes son todas de papel.
Anoche oí a varios tipos planear una guerra nuclear
mientras me hacía un té.

Y a veces oigo a las ratas de la ignorancia
que roen la pared…
les doy papel estraza
del que uso yo para sacar la tinta de la piel…

Y vivo así en mi palacio de papel.
Se está bien aquí, se está bien.
La telebasura con noticias manipuladas anuncia un vendaval,
pero no me iré; resistiré.

Y se oyen voces que hablan de embargos
y sé que quieren derribar mi humilde mansión.
Al parecer pretenden tentarme con las tendencias
de un tal Louis Vuitton,
puede que le vaya a comprar
o puede que me atrinchere aquí,
y como cualquier animal ya sabré lo que hay que hacer,
o entiéndase que si no pierdo la fe es porque
jamás llegué a tener una que perder.

Pero en cuarenta y dos años,
vean que la reconstruí
con estas benditas manos
un millar de veces y sigo viviendo así…
como un rey en mi palacio de papel.
Se está bien aquí, se está bien.
La mujer de la telebasura anuncia un huracán,
pero no me iré; resistiré.

Y si hay un fuego aprenderé a arder,
y si empiezo a arder aprenderé a apagarme....

REFLEXIÓN DE PALACIO NO. 6


Hábrase visto insolencia,
cinísmo y alevosía,
contaminan la decencia,
secuestran la fantasía,
cuando los niños claman la inocencia
llaman a la policía.

El molcajete de mi México,
los hipócritas de Guasington
lo mancillan con fusiles
que acribillan la razón,
malaya sean los desfiles
y el cristo que los fundó.... (Violeta Parra, adap. J.Sabina)



Por Manuel González

Hace algunos años y en el contexto de la crisis económica-política-social que vivía Argentina, varios intelectuales de ese país redactaron un sinfín de reflexiones, la mayoría relatan análisis, denuncias, desahogos e intentos fructíferos que indicaron algunos caminos éticos, ideológicos y anímicos los cuales produjeron sin lugar a duda el despertar de la memoria y sensibilidad colectiva. Sin ánimo de malinchismo, cabe destacar que aquella sociedad argentina organizada y bien instruida lograron que renunciara el sátrapa que quería dejar en el desahucio a millones en aras de cumplirle al FMI.


En México queda suficientemente claro y es casi un hecho consumado la pérdida de ideales solidarios, el relativismo moral, la suficiencia mediática, la primacía de la razón económica-financiera, la percepción del prójimo, del próximo, del otro, del semejante como competidor y por lo tanto como amenaza. Deshumanización de una sociedad en la que la miseria, la desesperación y una casi total desesperanza coexisten con la presunción de la más insultante riqueza, la banalidad, el cinismo y el simple tedio.


¿Visión ideologizada y/o pesimista de la realidad? Tal vez. Pero ¿qué decir cuándo la pretendida explicación de un hecho deviene en su justificación?, ¿Y cuando la pretensión oficialista de un futuro mejor -así no más, sólo mejor-, se hace derrumbar una y otra vez por la simple y sencilla razón de carencia de principio de realidad? ¿Y cuando se convierte a las víctimas en responsables de su propia desgracia?


Hemos acuñado una forma de producir dolor en otros seres humanos que combina casi perfectamente la agresividad, el sadismo y la crueldad de unos -los menos es verdad- con la apatía, el cinismo, la insensibilidad y hasta la aprobación y el asentimiento de otros. Estamos llegando al punto en que tendremos que preguntarnos cuál de las dos posiciones es más criminal y causa más dolor.


Veintiocho mil muertos -de muerte violenta- en cuatro años, se dicen y los escuchamos con la mayor facilidad posible, como si su referente concreto fuera similar al anuncio del estado del tiempo, o incluso al tipo de cambio. Como si cada una de esas muertes no significara absolutamente nada. Tan sólo un mal necesario para alcanzar ciertas metas, algunas incluso hasta razonables como tan razonable suena la seguridad.


La masacre de setenta y dos migrantes originarios de diversos países latinoamericanos ocurrida en días recientes en suelo mexicano es un acontecimiento doloroso y absolutamente deleznable, como lo son las vejaciones y abusos constantes que tantos otros migrantes sufren en su tránsito por este país: secuestro, robo, extorsión, violaciones, torturas, golpizas y asesinatos, a manos de criminales y autoridades, son una realidad cotidiana.


Es una realidad tan cotidiana como cotidianos son los perpetrados contra integrantes de organizaciones sociales, estudiantes, periodistas, observadores y defensores de derechos humanos, de niños y mujeres. Quienes sean los autores intelectuales y materiales de los hechos, ¿criminales o autoridades? Ya casi carece de sentido preguntarlo. Ya casi nada tiene sentido ni importancia…


No sólo hemos estamos perdiendo la capacidad de asombro, sino incluso la capacidad tan humana de sentir en lo más hondo cualquier injusticia. Nos estamos acostumbrando y estamos aprendiendo a vivir con las más denigrantes muestras de violencia y muerte. Esperemos que no perdamos la capacidad de sentir vergüenza por ello.

12/9/10

BICENTENARIO DE UN ESTADO FALLIDO


Por Jorge Carrasco Araizaga


La convicción es generalizada: no hay nada que celebrar.

Los 200 años del surgimiento de México como nación nos alcanzaron en medio de una severa crisis del Estado mexicano.

Los mexicanos lo padecemos y el mundo es testigo.

Pobreza endémica, violencia inusitada, corrupción atávica y una desigualdad que avasalla en cualquier lugar del territorio, son expresiones de la debilidad en que se encuentra el Estado mexicano del siglo XXI.

De las guerras intestinas del siglo XIX que costaron la mitad del territorio a la dictadura porfirista y del régimen autoritario del PRI que predominó en el siglo XX a la alternancia pactada de ese partido con el PAN, el Estado que se gestó hace dos siglos ha sido incapaz de generar uno de sus componentes básicos: la ciudadanía.

México tiene casi 110 millones de habitantes, pero más del 60 por ciento es una masa que apenas sobrevive. Y muchos millones de los que satisfacen con creces sus necesidades básicas constituyen otra masa más preocupada en diferenciarse de la otra.

La falta de ciudadanía permite y explica a una elite política y económica que en dos siglos ha dispuesto de los recursos de la nación sin someterse a un control real y efectivo.

Su voracidad y trapacerías explican en buena medida la impunidad histórica de México.

La clase media que el autoritarismo priista tuvo como válvula de escape ha sido avasallada en los tiempos de la alternancia, al tiempo que los poderes formales del Estado son cada vez más ricos. Es el costo de la democracia, dicen.

La creciente disposición de recursos por parte del Ejecutivo, Legislativo y Judicial no ha significado tampoco el desarrollo de ciudadanía, sino de una masa burocrática, cuyas elites se procuran jugosos beneficios sin más méritos que su capacidad de apropiarse lo que por derecho no es suyo.

Sindicatos, partidos políticos y aparatos locales de poder son parte de ese esquema.

El abandono del modelo solidario de desarrollo y la entrega de los recursos y bienes nacionales a privados nacionales y extranjeros, ha atentado también contra la formación de ciudadanos.

En tales condiciones, el bicentenario Estado mexicano generó su propio veneno: los poderes fácticos, representados por el narcotráfico y la televisión.

A manos del narcotráfico, el Estado mexicano ha dejado de tener presencia en crecientes zonas territoriales en todo el país. Además de territorio, otro de los componentes que explican a un Estado, el de México ha perdido a miles de personas que viven en torno a la ilegalidad y la violencia.

Ante la televisión, los Poderes del Estado han perdido autoridad. Están sometidos a la dictadura de la pantalla.

Beligerante, la televisión desafía y hace sentir su fuerza cuando se trata de que prevalezcan sus intereses, a costa de los de la nación. Forma y deforma, también en detrimento de la ciudadanía.

El Estado tampoco se explica sin la condición primordial de su surgimiento: el de garantizar la integridad de las personas y la posesión de sus bienes. Es su obligación de seguridad pública. Pero los 28 mil muertos que van en la "guerra al narcotráfico" del gobierno de Felipe Calderón hablan de un problema mayor: el de su incapacidad para garantizar la seguridad nacional.

La llamada estrategia contra las drogas, además, ha sido costosa para la dignidad de las personas. Otra función primordial del Estado es garantizar el respeto a los derechos humanos y en eso tampoco se ha consolidado en México en sus dos siglos de existencia.

6/9/10

ADIÓS SIN MUTIS (RECORDANDO A GERMÁN DEHESA)


En su columna de El Reforma, Gaceta del Ángel, Dehesa ridiculizó con prosa ágil la cobranza de American Express en una nota que hizo las delicias de muchos de nosotros: una venganza educada y culta ante la cobranza grosera e ignorante.

Feos tiempos estos que se llevan escritores de tres en tres: Saramago, Monsiváis y Dehesa. Estoy seguro que la muerte no hace juicios estéticos, pero me parece sorprendente que haya sido exactamente en este orden que perdimos, quienes seguimos bregando, el pensamiento crítico de tres sujetos lúcidos y reveladores, uno de franco pensamiento izquierdista, otro que se burlaba de las geometrías políticas tan mal dibujadas en nuestro mexiquito dizque bicentenario y el tercero, a quien no podría ofenderse llamándolo izquierdista de ocasión, pero que de vez en cuando se lanzaba contra sus propios molinos de viento, quijotesco en sus afanes.

Descanse en paz Germán Dehesa.
(Manuel González)



Por Miguel Angel Granados Chapa


Germán Dehesa salió del escenario con presteza y, conforme a la urbanidad que le inculcó su señora madre, no lo hizo sin avisar. Sus médicos le habían anunciado que un mal veloz e incurable cobraría su vida “a finales de año”. La muerte se anticipó al pronóstico, más cercano el que, susurrante, me hizo conocer su gran amigo Humberto Murrieta: “es terminal, le dan cuando más tres meses”.

El 25 de agosto, su Gaceta del Ángel, la columna que aparecía de lunes a viernes en Reforma, incluyó lo que acaso sea su texto más poderoso: “Creo que no les he contado que estoy enfermo, seriamente enfermo. Tengo cáncer, pero hasta ahora la enfermedad no me ha producido ningún dolor insoportable”. Deseamos que así hayan transcurrido sus días postreros. El 1 de septiembre no apareció su columna, pero sí el aviso del editor de que reaparecería el viernes 3. Escritas estas líneas al anochecer del jueves 2, ignoro si ese ofrecimiento se cumplió.

Germán Dehesa Violante nació en la Ciudad de México el 1 de julio de 1944. Su crianza le inoculó una dualidad de la que buscó escapar. Era hijo de un veracruzano juguetón, alegre, algo irresponsable según decía el propio Germán, y de una madre adusta y sufridora, adicta a una religiosidad popular que “se le cayó” pronto al segundo de sus hijos. Ángel, el primero, había nacido con un impedimento cerebral. Margarita, la tercera, se hizo médica notable.

Germán fue alumno de escuela pública en el nivel elemental, pero un profesor avisado, que percibió sus dotes singulares, consiguió para él una beca en el Centro Universitario México, la preparatoria de los maristas, a la que volvería a enseñar literatura. Él la aprendió por su cuenta, pero también en la Universidad Nacional. Inscrito originalmente en ciencias químicas, naturalmente pasó pronto a filosofía y letras. Allí conoció a Concepción Christlieb, sobrina del dirigente del PAN Adolfo Christlieb e hija de Alfredo, una de las glorias de la ingeniería mexicana, fundador de una gran empresa, Sociedad Electromecánica, Selmec. De ese matrimonio nacieron Ángel, Juana Inés y Mariana.

Sin abandonarlas del todo nunca, Germán fue más allá de las aulas universitarias con sus talentos, como profesor y como autor. En los años ochenta comenzó a escribir artículos en la página editorial de Novedades, un diario tan pulcro como anodino, casi sin lectores, que no prevaleció cuando comenzó la verdadera competencia periodística en México. Con ojo avizor, Rogelio Cárdenas lo invitó a escribir en El Financiero. Y con mayor perspicacia aún, Alejandro Junco y Ramón Alberto Garza, presidente y director editorial del proyectado diario Reforma, lo convirtieron a partir de noviembre de 1993 en columnista de todos los días, ya floreciente el acusado y aguzado sentido del humor con el que avivaba sus muchas y varias lecturas literarias.

Fundó un taller literario, en que enseñaba a leer y a escribir a señoras hartas de sus exclusivas labores domésticas. Generó un caudal de alumnas, gratificadas por el descubrimiento de mundos inimaginados. En el mismo local donde impartía sus lecciones dio otro paso hacia la construcción de su figura pública. Montó un pequeño cabaret, denominado El Unicornio, en cuyo breve escenario dio salida a su aptitud para la sátira política. Escribió obras que perduraron en la memoria de sus espectadores, no obstante la fugacidad de sus temas. Tapadeus, por ejemplo, y luego Zedilleus, ridiculizaron los hábitos mexicanos sobre la sucesión presidencial. La dramaturgia en la que de ese modo fue interiorizándose tenía siempre un toque musical, al mismo tiempo jolgorioso y fino.

En los noventa el personaje de Germán Dehesa adquirió, con su columna en Reforma y sus actuaciones en La Planta de Luz, el escenario propio que sustituyó a El Unicornio, una dimensión estelar. Había antes hecho televisión y radio. En el canal 13, propiedad estatal todavía, hizo con Ángeles Mastretta una recordable emisión nocturna, La Almohada. En varias estaciones radiofónicas transitó en compañía de María Victoria Llamas y Alejandro Aura, o solo. Llegó a montar un estudio de audio en San José Insurgentes.

Pero nada superaba su presencia en Reforma y en la plaza Loreto. Generó un caudal de seguidores a los que involucraba en sus iniciativas filantrópicas. De no interrumpirlo la muerte, a esta hora estaríamos leyendo el comienzo de una cruzada para auxiliar a los damnificados de Tlacotalpan, el hermoso pueblo ribereño del Papaloapan a cuya fiesta de La Candelaria acudía puntual cada 2 de febrero.

En noviembre de 1994, ese año que, como ahora ocurre, “vivimos en peligro”, los voceadores desafiaron a los editores de Reforma, que introdujeron amén de cánones periodísticos atractivos, pautas de comportamiento empresarial que contrariaban las rutinas de la Ciudad de México. La Unión de Voceadores se negó a hacer circular el diario en días feriados, y de plano trató de impedir su distribución. Los editores convocaron a su personal, a sus colaboradores, a sus lectores y amigos para hacer directamente la venta de ejemplares del diario. En ese lance Dehesa fue, al mismo tiempo, vistoso y eficaz. Reunió un equipo en torno suyo, los baboseadores, como los llamó jugando con las palabras, y desde un punto de venta situado a la vera del edificio de Radio Mil, en Insurgentes sur, colocó durante semanas cientos de ejemplares de un periódico que creó enseguida una modalidad del voceo callejero, los miniempresarios.

Desde sus columnas, Germán Dehesa se sumaba a cuanta causa civil le parecía digna de apoyo, o las suscitaba. Se valía para la movilización consiguiente de su enorme capacidad para hacer amigos. Se hizo proverbial su afición al futbol, su inclinación a los Pumas y su amor por la universidad en que se formó.

Cuando entre dientes circuló la especie de que moriría pronto, se organizaron actos en su honor. Su muerte obligó a cancelar el que el viernes 3 se realizaría en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario. Pudo realizarse, sin embargo, el que tres semanas atrás sirvió para que recibiera una Medalla al Ciudadano Distinguido que le entregó el gobierno en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Se intuía, y hoy se sabe, que era una ceremonia del adiós. Hablaron de él Tania Libertad, Carmen Aristegui, Marcelo Ebrard, Fernanda Familiar y su hijo Ángel.

Visiblemente maltrecho, tuvo arrestos para agradecer el festejo y contribuyó centralmente a su desarrollo. Al modo de tertulias literarias sobre Sabines y Borges que había montado en sus establecimientos, puso la pieza Permiso para vivir, en que leyó poemas y escuchó cantar a Adriana Landeros, acompañada por un trío formidable. Casado con Adriana, procrearon a Andrés.

Fue como si le llevaran serenata al filo de su hora suprema.