20/10/12

¿EXCESO DE SINE QUA NON...?



 Por Manuel González Perrusquía

Es octubre y apenas sé nada de la vida.
Hubiera querido nadar  en el mar primigenio,
aquel del que escaparon los primeros fugitivos
que treparon al árbol del pecado.
Todos los otoños son los primeros
cuando las hojas amarillas se apartan del  paso,
cuando todos los misterios dibujan de nuevo
un interrogante alado en la arena de mis playas.
Es verdad que el tiempo me ha enseñado
que no todas las derrotas son hermosas,
que no todos los sobrios  son hombres sabios
con polvo estelar en sus zapatos,
pero no por eso he perdido la costumbre
de buscar amaneceres que me nombren.
Como quien busca a tientas la salida
o el interruptor, en lo oscuro 
de una casa sin relojes ni bombillas,
como quien recibe cartas de un extraño,
factura de promesas que incumplimos,
porque las mejores promesas son esas 
a las que no hay que cumplir
llorando cansados y perdidos.
Velamos al verano. Ya se han muerto
los días del espejismo en que juramos
tendidos en la playa: no regreso,
que vengan a buscarme. No regreso.

Y aquí estamos. 
Reconociendo mi ignorancia ante la vida,
buscando algún refugio en los poemas,
en la cama deshecha ocasionalmente por el insomnio,
en las pecas de aquel  rostro que se alejan
como aves migratorias que prometen
regresar cuando el invierno nos de tregua.

Arde octubre como los bosques de un verano
descalzo, maltratado y aturdido.
Y en la autopista escucho la mítica “forever young”,
y yo, que apenas sé nada de la vida,
intuyo que ésta, la vida digo, espera
luminosa y escondida allí,
hablando el idioma de las caracolas
nombrándome en la noche mientras duermo.