16/7/15

TODOS SOMOS GRECIA Y VARUFAKIS



Por Luis García Montero

El dinero manda, nos convierte a los seres humanos en mercancía y a nuestros derechos civiles en negocio. Se privatizan la sanidad, la educación, el agua, la información, los servicios de limpieza, las cárceles… Y, sobre todo, se privatiza la política. Sí, se privatiza un partido político igual que un hospital o un colegio. Los partidos políticos que diseñaron la arquitectura de Europa trabajaban como organizaciones privatizadas al servicio de la banca y las multinacionales. El horizonte fue la cultura neoliberal y su trampa íntima: no se trataba de desmantelar el Estado, sino de concebir un Estado al servicio del dinero. Más que desregulación, hay una ingeniería política y social capaz de convertir en deuda pública las pérdidas privadas de los bancos y de la economía especulativa. Los acreedores han sustituido así a los políticos en la toma de decisiones, un proceso puesto en evidencia hasta la saciedad en la crisis griega. 

En vez de preocuparse por la gente (sus salarios, sus pensiones, su hambre, su dignidad, su desempleo), los acreedores se empeñan no ya en cobrarlo todo –porque hay deudas que no se pueden cobrar enteras–, sino en que no se rompan las reglas de juego que han provocado sus ganancias, la deuda, el desempleo, el hambre y el maltrato de la gente. El comportamiento de los políticos-banqueros y de la prensa-banquera durante el referéndum griego ha sido un espectáculo indecente. En nombre de la solución económica de un problema grave han intentado, a base de calumnias y amenazas, devolverle el poder a los mismos partidos tradicionales que contribuyeron a crear la situación crítica (por seguir los mandatos del BCE y del FMI) y derribar al Gobierno elegido por los ciudadanos para resolver sus problemas. La lección importante del dinero, claro está, es que los ciudadanos no tienen derecho a resolver a través de la política sus problemas. Las urnas son un peligro. 

El comportamiento de las instituciones europeas se mueve así en el oleaje de la cultura neoliberal
dominante que desacredita la política. Le compramos con facilidad su cultura al enemigo cuando decretamos el fin de la política, las listas electorales sin políticos, la corrupción de todos los políticos, el todos son iguales, porque esa dinámica sólo sirve para dejarle las manos libres al dinero. Como advirtió Antonio Machado hace muchos años, conviene cuidarse de quien aconseja que no nos metamos en política, porque eso significa que quiere hacer la política sin nosotros. Nos conviene matizar y no dar la política por perdida. Frente a la puerta giratoria del político-banquero o del político-acreedor, resulta necesario consolidar la imagen del político-ciudadano, es decir, del representante de los ciudadanos. En medio de todas las tristezas de la crisis griega, hemos tenido la alegría de comprobar la dignidad humana de Yanis Varufakis, catedrático de Economía de la Universidad de Atenas y exministro de finanzas. Su comportamiento de político-ciudadano ha causado irritación en el foro de los políticos-banqueros. No nos engañemos: Varufakis no es un ejemplo de las dificultades que hay entre las promesas electorales y su posterior realización, sino de la correlación de fuerzas que existen entre las mentiras del poder del dinero y la ciudadanía. Una ideología es dominante cuando consigue hacer creer a la gente su mentira: el poder real no reside en la mayoría oprimida, sino en la élite opresora. Como recuerda Varufakis en su libro El Minotauro global (Debolsillo, 2015), este proceso se conoce en la historia del pensamiento como el secreto de Condorcet. El deseo de denunciar el secreto de Condorcet convirtió a Varufakis en un político-ciudadano. Este economista no es un demagogo y miente mucho menos que los representantes de las instituciones económicas y políticas europeas. Su libro analiza con inteligencia la situación de Europa dentro de la economía especulativa mundial.

La imagen del Minotauro, una fuerza cruel, pero capaz de mantener equilibrios, alude a los mecanismos por los que Estados Unidos decidió a partir de los años 70 disparar su déficit como fórmula para alimentar la capacidad de exportación industrial de Alemania, Holanda y China. Las ganancias de estos países volvían después a Wall Street convertidas en dinero especulativo. El hundimiento de este mecanismo, reconocido por el propio Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE.UU. durante 20 años, ha descompuesto el proyecto europeo. El diagnóstico de Varufakis es claro: “Europa se está desintegrando sencillamente porque su arquitectura no era lo bastante sólida para soportar la onda expansiva provocada por los estertores mortales del Minotauro”. Yanis Varufakis no iba a la mesa de negociaciones con propuestas radicales y demagógicas, sino con un análisis económico que obligaba a construir Europa, a repensarla, a poner las instituciones –empezando por el BCE- al servicio de los ciudadanos. Y por eso era recibido como un marciano por unos políticos-banqueros que hablan mucho de Europa, pero que no sienten como suya una identidad que obliga a vivir en primera persona las dificultades de los griegos, los españoles, los portugueses o los italianos. Varufakis no piensa que los banqueros sean unos malvados insaciables, ni que haya una trama capitalista pensada por alguien para hacer el mal. Piensa que el capitalismo es un monstruo que se desarrolla sin control y que puede convertir en pobreza y autodestrucción propia sus movimientos de extensión. Por eso es imprescindible tomarse en serio unas instituciones con capacidad de control. La precariedad democrática de Europa es una evidencia. El conflicto griego es el conflicto de Europa. O transformamos el invento ideado por los políticos-banqueros o estamos condenados a una larga agonía de injusticias y desintegración.

12/7/15

HASTA SIEMPRE JAVIER KRAHE (MAESTRO DE MAESTROS)


Publicado en El País 

A buen seguro que disfrutaría con la ironía: sus últimas palabras ante el público fueron “y yo con mi corona hice el gilipollas…”. Javier Krahe ofreció su último concierto el pasado 28 de junio en una pequeña localidad coruñesa, Boiro, en A Pousada Das Ánimas, un local al que acudía a actuar puntualmente desde hace casi 20 años. Se despidió con uno de sus iconos, Marieta, con ese gilipollas que intenta enamorar a la bella protagonista. Nunca existió un cantautor tan lejos de la definición de gilipollas. En ese último concierto, anunció que se retiraba temporalmente para tomarse un año “selvático” y trabajar en nuevas canciones. Desgraciadamente, Krahe ha fallecido esta madrugada en su casa de Zahara de los Atunes (Cádiz), a los 71 años, a causa de un infarto. Su amigo Pablo Carbonell fue el primero en anunciar en Twitter el deceso: “No digáis se nos fue el mejor de todos, malogrose el cumplido cantautor, era bueno, tenía suaves modos...’. D.E.P Javier Krahe. Gracias”.

 Quizá el propio Krahe también valorase la paradoja de que su muerte cope los comentarios de las redes sociales, él que escribía sus canciones en cuadernos y libretas, lejos del teclado de un ordenador. Krahe nació en Madrid en 1944 y, contra lo que pueda parecer por su posterior actitud vital y artística, se crió en el barrio de Salamanca y fue alumno del colegio del Pilar. Siempre se sintió madrileño hasta la médula: “Yo me identifico con Madrid. Viviría en cualquier barrio. Todo es Madrid. Mi mujer decía, cuando estábamos en Prosperidad, que quería irse más al centro, con nuestra hija. ¿El centro? Pero si esto es el centro”, afirmaba en una reciente entrevista en EL PAÍS. 


Lo contemplan 35 años de carrera y 15 discos en los que desgranó canciones ya legendarias, desde su primer álbum Valle de lágrimas, publicado en 1980, en el que ya incluía algunos de sus temas más emblemáticos, como Villatripas, Don Andrés Octogenario, San Cucufato y Marieta. Dueño de un estilo personalísimo, Krahe sabía llenar sus canciones de referencias cultas para combinarlas con su arma principal: la ironía. Su canción Como Ulises (¡La Odisea resumida en una canción), incluida en su disco Cábalas y cicatrices, de 2002, aún se utiliza en muchos institutos como introducción para estudiar la obra de Homero. Krahe era un apasionado de la poesía, lo que se traducía en un excepcional talento para jugar en sus canciones con la métrica y la rima. Sus poetas eran “el Siglo de Oro, el 27, los de los 50 como Ángel González o Gil de Biedma…”, pero cuando se le preguntaba por su relación con la chanson francesa, respondía inevitablemente: “Soy brasseniano”. Nunca existió un cantautor tan veraz, tan cercano y, por descontado, tan iconoclasta (¿Qué artista sería capaz hoy de titular una de sus canciones No todo va a ser follar, salvo Javier Krahe). Fue precisamente su singularidad, su capacidad para no encajar en ninguna etiqueta lo que propició su primer asalto a la popularidad, a raíz del disco La Mandrágora, grabado en directo y editado en 1981 junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez, que recogía las actuaciones del trío en el sótano del bar madrileño del mismo nombre, situado en el barrio de La Latina en Madrid. Sin embargo, La Mandrágora no duraría demasiado: “Fue con Tierno cuando cerraron La Mandrágora. Por orden municipal. Porque hacíamos ruido. ¡Y estábamos en el sótano!” . Krahe siempre gustó de presentarse ante sus seguidores en pequeños formatos, en salas reducidas, lejos de los aspavientos y las alharacas, como el legendario Café Central, en Madrid, o en la también madrileña sala Galileo.


Su insobornabilidad lo llevó también a vivir uno de los momentos más tristes de su carrera, cuando se convirtió en el primer artista de la democracia en ser censurado. En el año 1986, TVE emitió un concierto de Joaquín Sabina en directo, en el que colaboraba el propio Krahe. Su canción Cuervo ingenuo, que criticaba a Felipe González, entonces presidente del Gobierno, no fue emitida: los televisores fundieron a negro. No le gustaba demasiado a Krahe recordar el episodio, como tampoco hablar del momento en que fue denunciado, en 2004, por un vídeo en el que se daba la receta para cocinar un Cristo al horno. En 2012, Krahe fue absuelto de un delito contra los sentimientos religiosos por el juzgado de lo Penal número 8 de Madrid: “Ha sido un incordio. Aunque en estos ocho años habré pensado en este asunto una docena de veces, la mitad en los últimos tres meses”. Entre la publicación de sus 15 discos, Krahe también encontró tiempo para fundar un sello discográfico independiente, 18 Chulos, junto con El Gran Wyoming, Pepín Tre, Santiago Segura, Pablo Carbonell y Faemino. 

A pesar de su drástica afirmación: “Me gusta no hacer nada. Tengo una enorme capacidad para ello”, Krahe trabajó mucho y trabajó bien. Sus conciertos suponían viajes emocionales de primer nivel, además de un torrente de diversión. Las letras de Krahe, tan burlonas como elaboradas, han acompañado la memoria musical de varias generaciones. Y sus seguidores, quizá minoritarios, pero siempre entregados, fidelísimos, capaces de viajar por España para seguir sus actuaciones, también encontraban en el artista un referente vital. Un cantautor comprometido que nunca estuvo en venta. Que disparó contra todo y contra todos (“En una canción se puede jugar con todo, menos con las desgracias físicas”), que exudaba vitalidad, rebeldía e iconoclastia. También generoso. Lo saben bien músicos como Andreas Prittwitz, Fernando Anguita o Javier López de Guereña, a quienes permaneció fiel durante casi toda su carrera. No será desmesurado afirmar que, para los madrileños, existen dos iconos de eso que en los ochenta se llamó “lo auténtico”: Javier Krahe y Rosendo. A finales de 2014 llegó su último trabajo, un disco grabado en 2013 en el Café Central de Madrid. Javier Krahe ya disponía de nuevos versos, de nuevas ideas para canciones (“Siempre escribo las canciones a partir de una frase que me ha venido a la cabeza, o que he oído decir o que he leído. Cojo esa frase y empiezo a especular con ella”). 

Canciones que se han marchado con el artista. Y no se trata de un burdo rumor, desgraciadamente. Pero sus seguidores no deben abandonarse a la tristeza. Lo afirmaba el propio cantautor, que lanzaba su epitafio hace años en su canción El cromosoma: “La muerte no me llena de tristeza, las flores que saldrán por mi cabeza algo darán de aroma”.