Por Román Munguía Huato
La ausencia de un partido de izquierda es la principal tragedia política
nacional. Esta falencia tiene consecuencias catastróficas
económico-salariales, educativo-culturales, ambientalistas y
especialmente políticas para las y los trabajadores mexicanos.
Me
refiero a la ausencia de una izquierda radical, socialista, clasista,
combativa, antiimperialista, vinculada a todas las demandas legítimas de
los trabajadores de las ciudades y del campo, estrechamente ligada a
las reivindicaciones de las minorías sociales (de preferencia sexual,
migratorias, étnicas, religiosas, etcétera). Por izquierda radical me
refiero no a una izquierda fundamentalista, extremista, sectaria y
dogmática, sino a la que va a la raíz de los males sociales; la que va a
los orígenes de nuestros grandes problemas nacionales con un programa
revolucionario.
Lo que vemos en el tinglado preelectoral es la presencia de partidos sistémicos, del establishment, aquellos que no pretenden modificar las estructuras económico-sociales sino maquillarlas para dejar hacer y dejar pasar
las cosas establecidas. Gane el partido que gane no se modificará la
situación nacional de manera significativa; desde luego, reconocemos que
hay matices, pues no es lo mismo el candidato del PRI que la del PAN y
el del PRD. Claro que hay más afinidades entre los dos primeros que con
el tercero en discordia. Pero, insisto, son diferencias superficiales
dentro de un mismo esquema del poder político dominante. Ninguno de los
candidatos representa los verdaderos intereses de la clase trabajadora
mexicana por más que presuma representarlos. Eso es una verdad
inobjetable e inocultable. El sol no se puede tapar con un dedo.
No
se puede gobernar para ricos y para pobres como dijo López Obrador;
aunque él es el menos peor o el menos corrupto de los candidatos, pero
la doctrina del mal menor durante muchas décadas ha tenido consecuencias
nefastas para los trabajadores. Aquellos ilusos que piensan que es
posible un gobierno para todas las clases sociales no tienen idea cabal
del contenido clasista del Estado capitalista y sus regímenes políticos.
La ingenuidad tiene sus límites y la solución de fondo de los problemas
sociales nunca va a provenir por quienes son beneficiados de una u otra
forma de la apropiación privada de la riqueza social. “Las ilusiones
perdidas”, citando un libro de Honoré de Balzac en su Comedia Humana,
se harán manifiestas para millones de ciudadanos mexicanos durante el
próximo sexenio sea cual sea el resultado de este 1 de julio.
La
ausencia de los trabajadores como fuerza social decisiva en la vida
política nacional es una constante histórica desde el triunfo de la
Revolución Mexicana, pues el proletariado ha sido amarrado y sometido,
corporativizado, castrado políticamente, a lo largo de muchas décadas.
La tragedia de “Un proletariado sin cabeza” en una “democracia bárbara”,
escribió el gran José Revueltas. Eso explica, entre otras cosas, la
larga duración de la dictadura priísta ¿Alguien puede explicarnos por
qué habiendo “democracia” –“transición democrática” dicen otros,
elecciones con un costo supermillonario–, hay mayor pobreza, miseria,
violencia, corrupción e impunidad en el país?
La oligarquía
nacional y su democracia del dinero han mostrado durante el curso del
siglo pasado y presente su total incapacidad e ineptitud para generar un
desarrollo social con progreso económico, educativo, cultural y
democrático para beneficio de la mayoría poblacional. Si el capital es
la fuerza económica que lo domina todo en la sociedad, en consecuencia
debemos transformar las relaciones sociales, económicas y políticas que
se sostienen sobre la base de una producción económica cuyo único
objetivo es la mayor ganancia dineraria posible. La satisfacción de las
necesidades sociales queda como mera apariencia de la producción
mercantil, que además genera un fetichismo de la mercancía, del dinero y
del Estado. No hay mayor fetiche social, además de los religiosos, que
el del dinero y el del Estado (y su fetiche electoral), supuesto
representante de la sociedad entera.
Estamos en una situación
donde “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”
(Gramsci). Pero lo nuevo nunca nacerá si no construimos una organización
de y para los trabajadores mismos. La prole requiere como instrumento
político una organización, llámese como se llame, que insufle vitalidad y
fuerza a sus demandas históricas y democráticas. Requiere de una
organización clasista a diferencia de una izquierda parlamentarista sin
vínculo con ninguna lucha de los mexicanos de los de abajo, un submundo
invisible en los recintos camarales de cabildeos a favor del poder y del
dinero.
Es necesaria la participación más activa de los obreros en la política, pero con una participación independiente.
Actualmente no hay ningún partido obrero, ningún sindicato que
desarrolle una política clasista independiente, capaz de lanzar una
candidatura independiente. Se requiere de una organización de izquierda
absolutamente independiente del Estado, de los patrones, de las
Iglesias; independiente de todo aquello que lo maniate a intereses que
no son los suyos propios. Mientras no haya un partido de los
trabajadores prevalecerá un régimen oprobioso con sus políticas
neoliberales que tanto daño han causado al país, especialmente a su masa
plebeya proletaria. La emancipación del pueblo será obra del pueblo
mismo.
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