29/12/23

¡Feliz Año 2024!

 




La enorme lección que nos deja el paso de los años nos recuerda que la esperanza es el sueño del hombre despierto.


Estos deseos van para todos aquellos que en el 2024 despertaremos sin la resaca de la culpa, llenos de vida en que la pasión sobrepasa a la omisión y el gozo teje luces.

1) Trabajo fértil, feliz, seguro y bien pagado.

2) Amor honesto, divertido, poderoso y creativo.

3) Salud física y mental, duradera, productiva y reproductiva.

4) Inteligencia libre, comprometida con la libertad y la justicia que no acepte la explotación ni la esclavitud.

5) Unidad entre todos, amigos, parientes, socios, compadres, gremios, pueblos y parejas.

6) Reconciliación con lo mejor de la humanidad, superación de las pesadillas pandémicas 🦠 y económicas, confianza en la fuerza humana organizada.

7) Éxito sin exitismo. Éxito sin pedantería, sin petulancia sin triunfalismo. Éxito que dé éxito a otros, con humildad sincera que es el único éxito real.

8) Descanso... que todos tengan descanso, paz, distensión, vacaciones, diversión inteligente y mucha energía nueva.

9) Estudio, capacitación, aprendizaje. Intenso, nuevo, refrescante, emocionante, lleno de futuro.

10) Reconocimiento y respeto por el trabajo, esfuerzo y contribuciones en la mejoría de lo propio y lo ajeno

11) Ganas de luchar para que la realidad cambie, para que nuestra realidad siempre mejore, para un futuro menos incierto, para que no nos venza la depresión.

12) Poesía para todo, mucha poesía... desde las sábanas hasta los fideos, desde los libros hasta las charlas, desde lo íntimo hasta lo público... todo y viceversa para siempre.

13) Buena suerte, encanto, ángel, charm y todo lo que signifique ese toque, ese algo azaroso real, mágico, fantástico y maravilloso que hace de la vida, además de moléculas organizadas... eso que hace objetivamente, materialmente, que aquí y ahora, merezca la pena vivirse.



De corazón, feliz año nuevo a todos, sin ironías y sin falacias. De pensamiento, palabra, obra y acción, que del surrealismo se materialice en realidad plena.

“No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar las banderas de la imaginación"

P.D.
Cualquier parecido con las coincidencias es pura realidad.
Estos 13 deseos de año nuevo los he escrito ya anteriormente, ahora los mejoro; es decir, se ratifican.
Ya en años anteriores fueron enviados sólo que esta vez van corregidos y enfatizados.

Derechos Reversados. ®️

19/11/18

50 Razones

Las velas en la tarta, los amigos, los recuerdos, las fiestas de guardar, el calor de las 5 de la mañana, las luces encendidas de aquel bar.
Los lunes disfrazados de domingo. La maleta, el reloj de la estación. Las victorias en el último minuto, si llega la ocasión. La vida me convence con la vida, y 45 razones... cuando llueve, me saco de la manga un as de corazones.
Los coches aparcados en el bosque. Los labios, en el bosque de la piel. Las sorpresas, el cuerpo conocido. La puerta que se cierra en un hotel. Los días en que soy un caballero. Las noches, en que pierdo la razón. Y las naves dispuestas a quemarse, si llega la ocasión.
La vida me convence con la vida... Los catedráticos, la gente pensante, otra limonada con hielo, por favor. Las mentes que rompieron el silencio. Una copa, un amor, el rock’n’roll. Todo lo que se callan los traidores Todo lo que me dice una canción. Y tus labios color de marihuana, si llega la ocasión La vida me convence con la vida...

13/6/17

El agotamiento de un paradigma político




Por Arsinoé Orihuela Ochoa

Decía José Enrique Rodó, escritor e intelectual uruguayo, que los partidos políticos no mueren de causas naturales, sino que se suicidan. En el presente, ese adagio es más exacto que nunca. La subrepresentación o nula representación de la población, la bancarrota de la representatividad, el travestismo de los colores e idearios partidarios que en el diccionario de eufemismos se conoce como “coaliciones”, la creciente presencia de candidaturas atadas puramente a “intereses especiales”, las malogradas “transiciones democráticas”, las “pesadillas de la alternancia” (ver Rafael de la Garza Talavera), y la incapacidad estructural de esas instituciones moribundas para sortear favorablemente las rutinarias crisis, perfilan un horizonte desfavorable para la prevalencia de los partidos políticos como agentes dominantes en la arena política.

Hasta ahora la “partidocracia” fue acaso el mecanismo más eficaz de confiscar lo político, administrar elitistamente la politicidad y neutralizar al sujeto “popular”. Pero esa “partidización” de la política estaba sostenida en ciertos estándares de legitimidad, que, en el transcurso del ciclo neoliberal (cerca de 40 años), los propios partidos se ocuparon de derruir, absortos en las dinámicas intestinas de las elecciones y la sostenibilidad de lealtades típicamente mafiosas, en un contexto de reformulación de los contenidos de la política.
Operativamente acoplados a los procedimientos de abrogación de lo público, y en esa obsesión por conservar el timón de las instituciones políticas y anular a la sociedad organizada, los partidos terminaron por anular las condiciones básicas, materiales e inmateriales, para la continuidad o reproducción de sus contenidos en el largo alcance. Si bien es cierto que el “paradigma partidario” históricamente significó un laboratorio de programas, metodologías y propuestas de organización política, no pocas de ellas valiosas, con los años acabó por revelar las limitaciones estructurales de ese paradigma. Asistimos a la autoinmolación de los partidos.
Por más que los párrocos de la politología sigan anclando sus análisis e indagaciones en los partidos y las elecciones, la realidad desmonta empecinadamente esos razonamientos, a menudo puramente formales. Werner Bonefeld escribió: “La teoría del Estado debe basarse en una teoría de la crisis… sin ésta, la teoría del Estado quedaría como un esqueleto descarnado de leyes y estructuras generales”. Las teorías o apologías o profecías de los partidos políticos circulan con una liviandad tan consumada que los discursos (formalistas e institucionalistas) que escoltan esas teorías no alcanzan siquiera a dibujar un esqueleto. Los ideólogos de los partidos no basan sus especulaciones ni en una teoría del Estado, ni en una teoría de la crisis, ni en nada concreto o tangible o empíricamente observable. Fieles a la tradición liberal, asumen a priori que el momento constitutivo de los partidos políticos es la democracia. Es decir, la noción de “partido político” acaba en una abstracción sostenida en otra abstracción.

Básicamente, para admitir el silogismo elemental del misticismo politológico, es preciso admitir apriorísticamente la siguiente secuencia de especulaciones: uno, que la democracia es un estado de cosas (por oposición a un valor); dos, que en el presente el estado de cosas es la democracia (“habitamos un orden democrático”, eso dicen); y tres, que los partidos políticos son la posibilidad y el fruto de la democracia (cuando en realidad representan la abolición o aplazamiento del “momento democrático”). Y ya después de blandir sin reparo ese conjunto de premisas abstractas o llanamente falsarias, y de contrastar “científicamente” ese andamiaje de prenociones con la realidad (una contrastación que nunca está libre de golpes de pecho), el ejército de “especialistas” elevan a rango de formulaciones teóricas sus propias frustraciones, con conceptos como “democracias de baja institucionalización” o “desencanto democrático” o “democracias realmente existentes”, y chapucerías análogas.
Pero ese conjunto de ficciones con aspiraciones “conceptuosas” (sic) se traicionan en los contenidos. Unívocamente, todos los partidos políticos en el poder transfieren los costos de las crisis a los sectores poblacionales más desprotegidos (incluidas las crisis medioambientales), sin distingo de colores o insignias. Es cierto que algunos reducen temporaria o parcialmente el impacto. Pero eventualmente, y por la propia lógica aspiracional e institucional de los partidos políticos, terminan capitulando y distribuyendo la factura de las crisis entre las franjas mayoritarias de la población. Sólo así se explica que las crisis tengan una incidencia cada vez más recurrente y socialmente vejatoria, y que la distancia temporal entre una y otra no alcance siquiera para salir de las ruinas de la anterior.
Múltiples analistas coinciden en señalar que se avecina otra crisis económica de proporciones inéditas. Y si habría que identificar algún factor explicatorio de esa furiosa reproducción de las crisis, es razonable acudir a eso que, a juicio de no pocos, es lo políticamente fundamental de la época: la crisis de desigualdad. La desigualdad en la actualidad alcanzó un estado sin precedentes. Una décima del uno por ciento de la población es superrica. Estimaciones de Oxfam señalan que “en 2015, sólo 62 personas poseían la misma riqueza que 3.600 millones (la mitad más pobre de la humanidad). No hace mucho, en 2010, eran 388 personas”. El reporte agrega que “desde el inicio del presente siglo, la mitad más pobre de la población mundial sólo ha recibido el 1% del incremento total de la riqueza mundial, mientras que el 50% de esa ‘nueva riqueza’ ha ido a parar a los bolsillos del 1% más rico” (http://www.oxfammexico.org/una-economia-al-servicio-del-1/#.V24bzbgrLIU).
La desigualdad, que es el problema político crucial de nuestra era, es un asunto que ningún partido político consiguió atajar o mitigar, ni siquiera las socialdemocracias (o progresismos) que por cierto están en proceso de extinción. En este tenor, los partidos perdieron irreversiblemente la credibilidad como agentes de representación popular (para bien y para mal). Por añadidura, la totalidad de los partidos políticos están atados de manos, y dependen fuertemente de los caprichos de esas grandes fortunas acumuladas. Riqueza es poder. Riqueza hiperacumulada es poder hiperacumulado. Esto se traduce en las legislaciones que responden a ese imperativo de aumentar la centralización de la renta. Históricamente, y salvo escasas excepciones, los partidos se dedicaron a “proteger a las minorías opulentas de las mayorías”.
En esa inercia contradictoria, que por un lado prescribe representar al soberano (ese significante flotante que unos llaman “pueblo”), y que, por otro, demanda proteger los intereses de las élites y las minorías opulentas, los partidos políticos firmaron su propia carta de defunción. El antagonismo que se aloja en esa inercia es insalvable. Las proporciones de las crisis en curso decretaron el agotamiento de ese paradigma de los partidos políticos.
Asistimos al suicidio de los partidos. El “movimiento” (popular o de élite), y las candidaturas sin partido, alzan la mano entre los escombros de las organizaciones partidarias.
El 2018 será un corte de caja.

Blog del autor: http://lavoznet.blogspot.com.br/2017/06/el-suicidio-de-los-partidos-politicos-o.html
Pequeña Gran Superpotencia  ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.