13/7/10

LA FÓRMULA MÁGICA






Por Pablo Jato (El Clarín de Chile)




España gana el mundial y la alegría se adueña del país. La locura recorre las calles como una estampida de caballos salvajes. Contagiado el mundo de esta fiebre deportiva, celebra al unísono la fiesta. El país entero se une en una marea roja que hierve por la venas de las ciudades, de los pueblos… La bolsa de Madrid cae en picado, pero a nadie le preocupa. La gente grita “somos campeones” y no cambiarían esa copa ni por el final de la crisis… ¿o sí? Da la impresión de que es lo mejor que podía haber ocurrido. ¿Lo es? Si juzgamos por el comportamiento de la gente, parece que sí.

Se mete gol y desaparecen las diferencias entre los ciudadanos. Todos españoles por un día, y eso es lo más interesante de este fenómeno deportivo, que ocurre justo cuando el Tribunal Constitucional rebaja las aspiraciones de los catalanes, que intentan ser una nación aparte. Y es precisamente un catalán el que mete el gol que llevó a España a la final. Un deportista que supuestamente iba a participar bajo otra bandera. Todo un contrasentido.

España gana la copa del mundo. El codiciado trofeo, cual objeto mágico, santo grial, crea una adoración hipnótica capaz de congregar a las masas. Suenan trompetas y cánticos, se agitan las banderas… Todo son vítores a los héroes, a los semidioses… y quizá lo sean, ya que de un plumazo han sido capaces de borrar de los titulares de todos los periódicos, los males del país… de tantos países. Las portadas de los periódicos el día del partido (destaca la portada de “el periódico” de Cataluña) solo tenían una palabra: España.

Un gol y desaparece la crisis, las guerras, el precio del petróleo, del pescado, de la carne... las listas del paro, los salarios mínimos… Desaparece la miseria mundial, la sed, el cambio climático… Desaparece la huelga de metro, la bajada de salarios, la globalización… La crisis.

Por un instante desaparece en España el presidente, los ministros, la oposición, los escándalos, los alcaldes detenidos, los jueces condenados. Desaparece la incompetencia, los errores, la injusticia del sistema. Desaparecen las multas de tráfico, las normas urbanas. Se torean vehículos con banderas nacionales, se despierta a los vecinos con los gritos de alegría. Un gigantesco carnaval colapsa la capital española, que recibe a los semidioses, como a dioses. Conciertos, pantallas gigantes, aviones militares dejando la estela de la bandera.

Los goles actúan de amuleto para todos los fantasmas. ¡GOOOL! Y adiós al senado, al Rey, al congreso… ¡GOOOL! Y desaparecen las hipotecas, las letras sin pagar, las facturas abusivas... ¡GOOOL! Y todos a la calle. Todos los políticos, ¡a la calle! Zapatero ¡a la calle! Rajoy ¡a la calle! ¡A gritar! A rebosar felicidad.

Lo que darían los políticos por saber conjugar semejante poder para su beneficio electoral. Lo que darían los maestros por encontrar la manera de que los niños aprendan los nombres de los reyes y países igual que aprenden el de los jugadores.

No salimos a la calle por los que mueren de hambre, por los que mueren en las guerras. No salimos tantos a la calle ni tan unidos para evitar que nos envíen al matadero, que nos manden al precipicio económico, que nos conviertan en esclavos. No por los once millones de niños que mueren de hambre cada año. Ni para expulsar a los políticos que mienten o a los incompetentes. No salimos a la calle para defender nuestros derechos o nuestras libertades. No salimos unidos a la calle para pedir justicia, pero sí para celebrar la hazaña de nuestros futbolistas. Sí, para cantar el gol. ¡Qué simple es hacer feliz a las masas!

El secreto de la simplicidad, porque el juego no esconde falsedades. No tiene efectos especiales de grandes ordenadores. No tiene saborizantes ni edulcorantes, ni E-506 o E-309. Quizá sea esa la X de la ecuación: la autenticidad. Por eso ni políticos ni publicistas son capaces de resolverla. Tan solo de imitarla.

Un gol, y se realiza el milagro de la ilusión, de la esperanza hecha realidad. ¿Tiene algo de malo?

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