12/5/12

LA RUTA SONORA DE UN CONCIERTO INOLVIDABLE

Por Patricia Peñaloza
Histórico y conmovedor, y al calor de diferentes tipos de pasiones aglutinadas en un solo lugar, resultó el concierto de Paul McCartney en el Zócalo de la Ciudad de México el pasado jueves 10. A lo largo de 180 minutos (de las 21 horas a la medianoche) de música Beatle (media hora más que en el Estadio Azteca), más destellos de su carrera solista, el astro de Liverpool, delgadísimo, restirado, la mar de simpático, cantó con mejor voz que en sus conciertos de 2002 y 2010 en nuestro país, y su banda, con la que lleva 10 años, ejecutó con mayor maestría y volatilidad 40 canciones en total, con fulgurante físico y espíritu juvenil, a sus casi 70 años de edad. "¡Son a toda madre!", repitió dos veces el carismático inglés. Y las alegrías fueron muchas, no sólo por escuchar las entrañables melodías que han hecho soñar a millones de todas las generaciones y estratos, sino por el orgullo y satisfacción que da saber que 200 mil chilangos fueron capaces de acudir a un acto de esa magnitud y comportarse a la altura, sin ningún daño que lamentar. La responsabilidad del público, sin empujones salvajes, se dejó sentir en cada momento, al acatar las recomendaciones de seguridad, teniendo en mente que era un acto familiar, un festejo musical de nuestra libertad para poder congregarnos pacíficamente en las calles, sin percance alguno. Llamaba la atención que el público estaba demasiado cerca de McCartney: él incluso interactuaba con lo que le decían o gesticulaban. Y haciendo alusión a las comparaciones de genios musicales que han concurrido en las últimas semanas en nuestro país: Es cierto que Roger Waters presentó un concierto más conceptual con tremendo compromiso social global y que su "The Wall Live" es considerado por varios críticos especializados a nivel mundial como el mejor concierto de rock de todos los tiempos, también es cierto que McCartney al igual que Waters es una leyenda viviente; Waters es la idea musical aunado al compromiso social, McCartney es la idea musical aunado al carisma y el legado Beatle.


La confianza que éste depositó en las autoridades y en la audiencia es invaluable, y hay que resaltarlo, a sabiendas de la triste mala fama que hoy día cargamos, respecto de la violencia que se vive. Ver estallar fuegos artificiales frente a esa Catedral que vemos todos los días, con Live and let die; corear con el alma en un hilo Give peace a chance frente al Palacio Nacional; recordar a John Lennon con Here today y con ésta derramar lagrimones sobre la plancha que tantas veces ha soportado marchas, tanques militares, ahora cubierta de amor y cantos universales, enchinaba la piel. Aunque la odisea comenzó días antes, cuando muchos se preguntaban si se podría acampar para ver al ex Beatle. Finalmente se dijo que al menos en el Zócalo no. Todo mundo planeando su ruta. Algunos hábiles elegimos la entrada oriente (Pino Suárez), zona que se mantuvo despejada del lado del Palacio Nacional incluso hasta las 19 horas. Los que durmieron en calles aledañas desde el miércoles, y entraron a las 8 horas del día siguiente, fueron sólo unos mil, y quienes vieron a Paul más cerca. Quien escribe, que se instaló en el área de hasta adelante desde el mediodía del jueves 10, presenció un tranquilo día de campo, con familias enteras comiendo tortas, jugando baraja, haciendo bromas colectivas, oyendo música desde el altavoz del celular. Muchos decían que era su primer concierto, o nunca habían acudido a un espectáculo de tan tremenda calidad sonora y artística. El grito de repudio contra la manta de Peña Nieto se volvió el acto de la tarde, con todo y gritos espontáneos de "¡Obrador, Obrador!" Las pasiones políticas se encendieron, a la par de las otras. Y aunque durante el concierto el tema fue puesto en pausa, al final la furia regresó con el luego Trending Topic mundial "Fuera Peña Nieto" (en Twitter), grito que en la transmisión por Internet (Coca-Cola TV) fue cortado (http://bit.ly/JjBhBC) Pero Paul nunca se ha vinculado de manera explícita con lo político. Lo suyo, y no menos valioso, es el ambientalismo, la salud, la alegría por vivir y por amar. Verlo tocar con gran pasión por lo que hace, con arreglos y variaciones en cada canto, cada ejecución, resulta emocionante, inspirador. A pesar de las décadas, no lo hace de forma mecánica ni rutinaria. Y esa energía, esa felicidad, se contagiaba en forma de alaridos, de baile, de encendedores-luciérnagas. Con el insistente grito de batalla de la chilanguiza: "¡Olé, olé, olé, olé, Sir Paul, Sir Paul!", con hondos suspiros de alegría, e himnos coreados con torrentes en los ojos (Helter Skelter, que no tocó en el Azteca, por ejemplo), cientos de miles que jamás pueden pagar un boleto vía Ticketmaster, se llevaron en el alma un imborrable momento de comunión masiva, de la mano de uno de los genios melódicos de nuestra era: James Paul McCartney. 

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